Este chico escribe líneas que lo despliegan del presente,
cuenta la historia de un encuentro, quizás corto, efímero, pero que a él le
significa mucho. Se cruzo al escritor en una charla que trato sobre la ficción,
sobre las ideas. Aquel hombre había pronunciado frases estupendas para este
chico, que lo motivaron y por momentos piensa que puede ser su colega.
Se sienta e intenta escribir, de a ratos se sirve café, otra
veces licor, otras veces nada. Busca algún tipo de inspiración, la misma, o
casi igual a la que posee su escritor en sus novelas.
No la encuentra, se va a un bar con una libreta para
observar el rededor, registra personas que se abrazan, e incluso puede captar
el momento en que dos amigos se encuentran después de mucho tiempo, uno le
reclama no haberlo llamado y el otro justifica el olvido con su trabajo. Risas,
anécdotas, se actualizan, recuerdan, planean una cena con sus respectivas
familias.
Este chico tacha, no le sirve nada. Él no era amigo ni lo conocía
de antes al escritor. Deduce que pasaría si lo uniera una fuerte amistad con
él, seguramente no idealizaría a los personajes ni se sentiría tan
identificado, eso lo piensa en 3 segundos. Lo descarta al toque, no le gusta la
idea de pensar un futuro incierto, de suposiciones.
Se va del bar muy desanimado, camina por corrientes, la
avenida en donde andan la mayoría de los personajes de su escritor, eso lo
ayuda a pensar una posible inspiración. Esto lo hace dudar de su metodología:
obligarse a inspirarse.
En la espera del verde del semáforo logra ver otro
encuentro, esta vez de sexo opuesto, donde una pareja se enfrenta y se besan de
forma muy expresiva. ¿Cómo lo podría ayudar eso? No sirve.
Dice basta, concluye que no es escritor como su escritor y
que un encuentro no es un curso para aprender el oficio.
Se resiste a la idea que cualquiera puede escribir, lo
percibe como una gran mentira, las inspiraciones se le ocurren a los genios y a
los que se proponen ser grandes personas. Pero no a él, un chico cualquiera,
que tuvo un encuentro con un escritor del montón, que escribía novelas para
adolescentes y adultos que utilizan las páginas para un pasatiempo en el subte
o colectivo.
- Las inspiraciones son para Freud, Nietzsche, Fontanarrosa,
Camapanella. ¿Qué hago buscándola?- piensa.
Ahí nació un artículo que termino cómicamente en un diario
importante, cuestionando la detonación de ideas, recomendando la libertad de inspiración,
sin obligación alguna, porque:
- Las ideas vienen
camufladas en otras ideas – sostiene.
Pasa el tiempo y no es capaz, todavía, de escribir sobre ese
encuentro, que lo llevo al papel, por otro lado.
“Las ideas, como son argentinas, no respetan las filas” era una de las frases de su escritor.
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