Cuando siento lo que no debo sentir, me sacude un miedo.
Al desencuentro quizás, la costumbre de ver cielo y que en
realidad sea paja, que el viento lleva a donde quiere, que la lluvia deja sin sostén,
que esconde agujas por doquier.
Es que estoy sentado viendo paja, controlando sin control la
nada misma, endureciendo lágrimas que luego se caen lastimándome un pie. Estoy
confuso, no me diferencio, escucho dos hombres llenos de perversidad, locamente
destruidos, uno por la razón que atrae lluvias evitándolas, otro por tropiezos
que raspan mi moral.
Tengo Miedo.
¿Que clase de autocritica es decir: tener miedo? ¿Acaso no
es vagancia encerrar todo lo que se percibe,
con esa palabra?
Tres agujas que no se esconden protagonizan esta escena, una
se mueve constantemente y detona un ruido preocupante. Estas tres campanas no
anuncian ninguna misa, ningún bautismo a ningún distraído, solo me avisan que
el mundo corre o camina según las cartas que ponga en juego.
¿Me la juego? Pero tengo miedo.
¿Miedo a que? ¿A perder?
No.
Miedo a perderte.
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