lunes, 6 de mayo de 2013

Adolece el tiempo


Nazco tendido sobre la piedra de la orilla de un arroyo. Voy amontonando cuestiones que aburren y amargan al pastizal. El aire lleva consigo el silencio más puro, y trae a nubes poliformes que acompañan gorriones y palomas. El agua, pobre, exhala un sonido prolijo, que junto a los segundos de la mañana, retratan la paz y tranquilidad.

¿Dónde deberían caer los sueños mas complejos? ¿Acá sobre esta piedra, o allá en los lugares más intangibles de mi cabeza?
¿Cómo se adormece la torpeza de mis sentidos? ¿Cuándo me ignoro y en qué momento me admiro?
¿Seré sumamente sincero o un mentiroso descuidado? ¿Qué recuerdo y qué imagino que recuerdo? ¿Quién me escucha cuando callo? ¿Quién me ve cuando ya no estoy?

La pregunta nos invita a descubrir caminos, a sentirnos con machete en mano los precursores de un destino, pero a la vez está constantemente sumergiéndonos en dudas, en inseguridades precisas difíciles de asumir. Obligándonos a pararnos en diversas veredas, distintas miradas.

De pronto, un viento hace tartamudear a mis piernas, que con toda la timidez del mundo tropiezan entre si. Una fuerza punzante de humo me empuja hacia la otra orilla, me quiere ver crecer, creer, quiere que responda con el cuerpo, que no filme sino que actúe.

¿No se entiende que vivo en la pregunta? Viajo en regresos, hablo en escuchas.

Y aunque el viento me obligue, yo sé que en la vejez volveré a recoger las preguntas, trataré de retornar al pesimismo crítico, saboteando al optimismo ingenuo que me inculca cruzar. Y en un tiempo, quizás, moriré sobre la misma piedra, escupiéndole al pastizal, alguna enseñanza.


1 comentario :

  1. Seguramente siempre nos haremos las mismas preguntas pero seguramente no seran nunca las mismas repuestas y la mayor certeza será la duda.

    un abrazo

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