jueves, 20 de enero de 2011

17





Con los 17 años sobre la mesa me estoy empezando a dar cuenta del amor y sus telas de araña.
No es tan lindo ver a una persona una vez por año.
No es tan hermoso acariciar y besar a alguien que dos días después es amordazada y arrestada por seiscientos miserables kilómetros.
Es muy triste bajonearte en plena fiesta. Es incomodo ser el desanimado, el desganado, el mata-onda.
Es terrible desvelarse por arrimarse a un momento. Es tremendo viajar con un shock incorporado.
Es difícil bailar con la frente alta y las piernas embalsamadas.
Pero es fácil ganar la confianza a gente de nuestro club: los ridículos.
Irritable es dormirse.
De travieso es acordarse.
Y pensaba que recién van 17…
Veo personas rodeadas de ese placer que son las compañías. Y veo el rencor a los dos meses. El odio y la vergüenza de haber estado involucrado/a en una relación semejante.
Y encima siento, en estos momentos, la tristeza de haber perdido un amor de verano. Mi único amor de verano.

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